Empezamos con la primera entrada de nuestro blog y no podía ser distinta a una presentación.
Poqoy es el nombre de nuestro emprendimiento, y su significado en quechua es «tiempo de cosecha, maduración o fermentación». Nació en octubre del año 2020, el mismo año en el que nació nuestra tercera hija, en pleno encierro por la pandemia de covid.
Si nos remontamos a ese año, estábamos de vacaciones en Lima y llegamos al Valle Sagrado, donde está nuestro hogar, un día antes del cierre total del aeropuerto. Sinceramente, fue lo mejor que nos pudo pasar, porque un encierro en la capital con un parto tan cerca no hubiera sido nada cómodo, aún más sabiendo que nuestra partera se encontraba en el Valle.
Aunque el parto es otra historia que podríamos contar en una entrada diferente, porque es bastante larga, continúo contándoles que, en plena pandemia, estábamos sanos y salvos, en nuestro hogar y confort. Mientras pasaban los meses y nos preguntábamos qué podríamos hacer para emprender en algo diferente a nuestro rubro (ambos somos realizadores audiovisuales), íbamos fluyendo con el poco trabajo pero con mucha crianza activa y presente.
Este tiempo de cuarentena nos permitió ser más creativos, pero desde un enfoque distinto al que estábamos acostumbrados. Sobre todo, nos hizo reflexionar en que, si íbamos a emprender en algo nuevo, debía ser algo que no solo fuera bueno para nosotros, sino también para quienes consumieran nuestro producto o servicio. Así fue como decidimos enfocarnos en la alimentación, un aspecto fundamental y trascendental en nuestra familia.
Desde que nació nuestra primera hija, nuestros hábitos alimenticios cambiaron significativamente. El amor y las ganas de estar siempre presentes para ella, y sobre todo sanos, nos hicieron replantearnos la magnitud y necesidad de investigar y volver a nuestras raíces, conectando con nuestros cuerpos para saber qué necesitamos para mantenernos saludables y prevenir enfermedades.
En ese camino conocimos o re-conocimos el mundo de los fermentos. Para mí, era algo que ya se practicaba en mi familia, pero no lo conocía con ese nombre. Mi bisabuela hacía uno de los fermentos más deliciosos que he probado en mi vida: la chicha de jora. La recuerdo tanto, y cada vez que pienso en ella me viene a la mente el sabor de esa chicha tan maravillosa que elaboraba con tanta dedicación y paciencia. Ella la vendía en los mercados del cono norte en Lima, pero esta tradición la aprendió de su mamá y abuela en Ayacucho, tierras que visité junto a mi bisabuela hace muchos años. En esa visita, escuché cada vivencia que tuvo en ese lugar tan hermoso: cómo curaban o sanaban malestares, cómo se alimentaban, cómo lavaban la ropa y cómo preservaban los alimentos. Son historias que, en muchas ocasiones, no prestamos atención, pero es tan valioso volver a conectar con esas sabidurías, pues son conocimientos que actualmente te salvan de muchas situaciones.
Y mientras escribo y sigo recordando a mi bisabuela, continúo con la presentación de Poqoy.

Nuestro enfoque partió en los alimentos fermentados.
Comenzamos solo con pan de masa madre, que vendíamos sin nombre de marca, de forma local y con reparto. Luego quisimos ampliar porque nos estaba yendo bien con el pan, así que comenzamos a hacer pruebas de kombucha para vender. Nosotros ya la consumíamos regularmente en casa, pero esta vez queríamos hacer algo diferente, único, desde la presentación hasta el sabor.
Durante meses hicimos pruebas, muchas pruebas. Nos tomó tiempo porque el clima aquí en el Valle Sagrado no es tan regular: hay días fríos, muy fríos, y días de calor, mucho calor. Estos cambios de temperatura no son tan compatibles con los fermentos, porque deben tener una curva de fermentación adecuada para que las bacterias se desarrollen correctamente. Así que realizamos pruebas diferentes para saber cuánto tardan en fermentar en climas fríos y en climas cálidos, cuál era la mejor forma de saborizar, si dejando las frutas en trozos o en zumo, si se podían usar insumos en polvo o enteros. Llevamos un cuaderno en el que apuntamos todo y, finalmente, nos quedamos con los sabores que más gustaban. Probamos nuestras kombuchas con varias amigas y amigos; cada visita la recibíamos con un vaso de kombucha.

Con el paso del tiempo, nuestro emprendimiento y proyecto tomaron muchas formas, junto con nuestro propio crecimiento. Cuando llegamos al Valle Sagrado, sabíamos que nuestro sueño era vivir en una casa de campo muy alejada, llena de animales y con nuestros hijos corriendo por todos lados.
Con el tiempo, nos fuimos acercando más a ese sueño y ahora vivimos en la mitad de una montaña, en una cabañita pequeña, en una granja llena de animales. Lo más lindo es que ese sueño se convirtió en algo más grande: en educar a nuestros hijos y a nuestras comunidades sobre una forma más sostenible de hacer agricultura y ganadería, regenerando los suelos.Llevamos 8 meses intensivos en la agricultura y ganadería, y hemos aprendido muchísimo en este camino. Seguiremos aprendiendo. No está siendo sencillo, pero tampoco es imposible.
Somos 7 empujando este sueño, porque nuestros hijos hacen muchísimo por esta granja. Y aunque, cada vez que se pone difícil, nos miramos para saber si realmente queremos esto, nos animamos el uno al otro para recordarnos que este proyecto no es solo un negocio.
Es un proyecto que va a cambiar vidas, que trae consigo salud, que regenera suelos, que se preocupa por el bienestar animal y que quiere ser lo mejor posible para este mundo.